marzo 08, 2014

otro puñadito de cosas que nadie debería saber

Hoy. Por millonésima vez, me dio por pensar. De esos días en los que el mundo no tiene que ver contigo, de los que te pones a escuchar música y haces como si el mundo tuviera menos importancia. De esas veces que te da por hacerte las mismas preguntas y empiezas a plantearte un pequeño debate dentro de la cabeza y por más vueltas que le des no consigues sacar mucho en claro.
Pues hoy era uno de esos días. Yo estaba completamente concentrada en una de las preguntas de si las cosas pasan porque tienen que pasar. En si las vidas que una vez se separaron pueden volver a juntarse, a encontrarse nuevamente.
Que si todo esto es casualidad, o causalidad. Si de verdad existe el destino, o sin embargo somos nosotros los que forzamos la marcha. Los que elegimos cada paso y cada lágrima. En si el hoy, es la consecuencia de nuestro pasado y nuestro antecedente al futuro. O si simplemente esto pasa porque sí, y ya.
Nunca supe que creer. A veces me daba por pensar que las cosas ya venían preestablecidas, y otras veces que somos nosotros quieres vamos guiándonos por el camino, quienes decidimos si seguir adelante, si cambiar la dirección o si retroceder en algún momento que hubiésemos dado por perdido.

Hoy, hoy pensaba en si merece la pena ser uno mismo, al cien por cien. Mostrar todo de uno sin barrera alguna, sin máscaras. O si por el contrario merece más la pena crear máscaras para ocultar lo que verdaderamente somos. Puede que nunca haya llegado a estar de acuerdo al cien por cien en algo. Puede siquiera que nunca haya llegado a decidirme claramente por una opción. Pero, permitirme deciros que estoy segurísima de que merece la pena ser uno mismo. Con sus pros y contras. Aunque hayas perdido más que ganado. No hay nada más cómodo que mostrar todo de ti sin temor alguno. Mostrar como eres, a cara descubierta. 

Hoy, pensé en las mil historias que aunque queramos no volver a repetirlas vuelven a ocurrir. Que por mucho que queramos escapar de algo, es cuando más nos toparemos con ello.

Hoy pensé en el pasado, el presente y el futuro.
Me pregunté por todo aquello que una vez quise ser y todo lo que he conseguido ser ahora. Puede que de todo lo que tuve planeado una vez, solo haya sido cumplido una cosa, quizás dos. 
Pensé en que mil cosas que me encantaban antes, han perdido ahora totalmente mi interés. 
Y en que hoy por hoy las cosas no son para nada como pensaba que serían.

Luego me dio por volver a pensar, y echar una vista hacia el futuro. Intentando buscar algo más allá del qué seré, o del qué habré conseguido. Pensaba en si habrá algo que consiga captar mi atención mucho más tiempo del que suele durar la curiosidad. Para explicarlo mejor quiero poner un ejemplo. (Una vez, -en una clase sin importancia- me dijeron que los ejemplos son una de las mejores formas para conseguir comprender todo un concepto. Y que resultará una tontería, pero aquello fue una de las cosas que más recuerdo de mis años en el instituto con completa claridad).
Imagina que compras un sofá. Un sofá nuevo que ofrece comodidad y masajes de lujo. Aquel momento mostrarás la felicidad de haber adquirido algo que sabes que vas a poder disfrutar cuando quieras y eso te hará sentir bien, te llenará de alguna u otra forma. Pero, con el tiempo, comenzarás a acostumbrarte a tal objeto y empezarás a perder la ilusión de probarlo, puesto que lo tendrás como algo común. Es decir, su función empezará a hacerse cada vez más normal para ti y ya no apreciarás tanto al sofá que tanto antes te llamaba la atención. Perder el interés, digo.
Es por tanto que entonces pienso que conseguiré dar con algo que mantenga mi atención siempre, que me llene desde el principio y no deje de sorprenderme día a día.

Hoy pensé en el miedo. El miedo que nos rodea y no nos deja nunca tranquilos. Y creo que no hay peor miedo que el tener miedo a tener miedo. Todo en mí son preguntas y preguntas. Y que nunca encuentro respuesta o soluciones coherentes.
Guardo el miedo de que algún día las grandes palabras pierdan el completo significado que antes tenían. O, como en el ejemplo, que las cosas que tienen valor terminen llenándonos de la misma forma que las cosas que no tienen valor alguno.
A que las cosas ya no sean especiales, a que ya no hayan primeras veces para nada, y ese sentimiento se pierda por completo.

[...]