abril 20, 2014

olvida que alguna vez existió la caída


Uno solo sabe caer,
caer,
caer,
caer,
caer,
caer,
caer,
caer,
caer,
y caer,
y cuando cree que no puede caer más,
cae.
Hasta que una mano le pone en pie.
Y le dice que no va a caer más.
Y parece verdad,
porque desde entonces solo sabe tocar el cielo 
estando de puntillas.
Incluso a veces olvida que está el suelo.
No sé si para bien,
o para mal.
Si bueno, 
o malo.
Pero lo quiso así.

no sé hablar del tiempo a medias, pero puede que aquí sí

El tiempo.

Y cómo es el tiempo. El tiempo, que tanto tarda en llegar cuando esperamos, que tanto dura 
cuando desesperamos y que tan rápido pasa cuando más queremos detenerlo.

Te das cuenta que llevas el reloj de tu vida y parado. Está parado, o atrasado. No sé qué le 
pasa. Es quizá por eso que nunca llego a coger bien a tiempo ningún tren. 

Empiezas a ver desde el cristal que todo pasa a la velocidad de la luz, y no sólo hablo de 
marchas. 

Hablo de que sé que aunque el reloj pare, la vida sigue. Pero no sé por qué el reloj me recuerda tanto a un parque de atracciones. 
Quizá porque cada segundo que pasa, gira como una noria. Giramos con él. Quiero decir.

Creo que ya sé pisar sobre mis propios pasos y con la mirada fija, puesta al frente. 
Y no me he caído.
Miento.

Me he dado cuenta que pasamos el tiempo de nuestra vida de reloj mirando al precipicio.
Creo que solo nos tiramos si somos dos. Saltando juntos.

Tardaré más de a saber cuántas entradas intentando hablar de éste. Pero el tiempo nunca es suficiente. Y mejor tarde que nunca.

Pero era por hablar de que también existen los hoy no. Quizás los mañana sean mejor. Pero ojalá no me lo repita cada día.

He probado a poner en hora de vuelta al reloj. Pero que no hace caso. 
Que solo vuelve en hora con tus besos, dice.