Y cómo es el tiempo. El tiempo, que tanto tarda en llegar cuando esperamos, que tanto dura
cuando desesperamos y que tan rápido pasa cuando más queremos detenerlo.
Te das cuenta que llevas el reloj de tu vida y parado. Está parado, o atrasado. No sé qué le
pasa. Es quizá por eso que nunca llego a coger bien a tiempo ningún tren.
Empiezas a ver desde el cristal que todo pasa a la velocidad de la luz, y no sólo hablo de
marchas.
Hablo de que sé que aunque el reloj pare, la vida sigue. Pero no sé por qué el reloj me recuerda tanto a un parque de atracciones.
Quizá porque cada segundo que pasa, gira como una noria. Giramos con él. Quiero decir.
Creo que ya sé pisar sobre mis propios pasos y con la mirada fija, puesta al frente.
Y no me he caído.
Miento.
Me he dado cuenta que pasamos el tiempo de nuestra vida de reloj mirando al precipicio.
Creo que solo nos tiramos si somos dos. Saltando juntos.
Tardaré más de a saber cuántas entradas intentando hablar de éste. Pero el tiempo nunca es suficiente. Y mejor tarde que nunca.
Pero era por hablar de que también existen los hoy no. Quizás los mañana sean mejor. Pero ojalá no me lo repita cada día.
He probado a poner en hora de vuelta al reloj. Pero que no hace caso.
Que solo vuelve en hora con tus besos, dice.
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