octubre 20, 2013

Deberíamos hacer un contrato, o un pequeño pacto de dos. 
Un acuerdo algo así como "estaremos para siempre". En el que se estipule que nos guardaremos en la memoria, que seguiremos el rastro cuando nos perdamos en nosotros mismos, que seremos prioritarios aún cuando haya muchas cosas por hacer, por tanto, que tengamos ese "tú, ante todo". 
Podríamos tratar en él algo así como que yo cocino todos los días, excepto los domingos, aunque podríamos negociarlo. Claro que, no deberíamos olvidar incluir que surcarás con las yemas de tus dedos mi piel y yo conoceré el sabor de cada uno de tus besos. Y si quieres, que tomaré tu brazo cuando caminemos por la calle y que, de vez en vez, miraremos las estrellas. Entre las condiciones debe estar que seremos fieles, y, si estás de acuerdo, que no comeremos perdices como en cualquier final de cuento. A todo esto agrega que nos acurrucaremos cuando haga frío, que tendremos nuestro propio lenguaje, uno telepático con miradas, una sonrisa o un guiño; que haremos travesuras para romper la rutina y la obligación de comunicarnos cuando algo nos moleste. Entre las generalidades habrá que escribir que reiremos todo el tiempo, que tendremos un apodo de cariño y me darás un millón de besos diarios, aunque a esto también estoy dispuesta a negociar. Por último, en anexos, sólo quiero anotar que puedes contar conmigo para lo que necesites, que te querré como nunca y como siempre, que intentaré hacerte feliz todos los días. 
No hagas caso de lo suspicaz de un papel, porque mi contrato no expira, está escrito en mi corazón, el primero y el único, tu refugio, si quieres.

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