diciembre 04, 2013

Había una vez algo muy curioso, que no tenía ni pies, ni cabeza

Había una vez una chica curiosa, muy curiosa.
La chica, que se encontraba tumbada junto a su hermana sobre una gran explanada llena de flores cada vez parecía estar más aburrida.
Cuando, de pronto, pasó corriendo junto a ella un conejo blanco de ojos rosados. Parecía que tenía prisa.
La curiosísima chica fue tras él, sin darse cuenta que, a los pies de un árbol había una gran madriguera. Aquella chica cayó en aquel enorme agujero en busca de aquel conejo blanco.
O el pozo era de veras muy profundo o el descenso era muy lento; lo cierto es que mientras bajaba, aquella chica tuvo tiempo de mirar a su alrededor y preguntarse qué iría a pasar después.


Probablemente no encontrara forma mejor de empezar una entrada que así. Seguramente sepáis de qué estoy hablando. Pues, la siguiente historia ni tiene un conejo que porta un reloj y marcha a toda prisa, ni una reina malvada de corazones, ni un amable sombrerero loco, ni siquiera en esta historia la chica conoce a un gato mágico.

Érase una vez, una chica curiosa, muy curiosa. Tan curiosa que una vez, o varias veces cayó a un pequeño pozo sin saber por qué.
O el pozo era de veras muy profundo o el descenso era muy lento. Lo cierto, es que aquella chica, mientras descendía aquel pozo tuvo tiempo de mirar a su alrededor y preguntarse qué iría a pasar después. Hasta eso, le pareció lo más normal del mundo.
Aquella curiosísima chica una vez pensó que no volvería a conseguir salir de allí, puesto que, no veía la manera de volver a subir. Y no sabía si había caído muy abajo, o había caído mientras el tiempo se paraba, de tal manera que nunca llegase tal caída.
Cuando la curiosa chica descendió por completo, pudo contemplar que todo era diferente, que el mundo había dado un giro completo y que las cosas no eran lo que parecían ser. Miró hacia arriba, pero no consiguió distinguir nada, estaba todo muy oscuro. Por un momento le pareció encontrar algo, una persona, estaba casi pisándole los talones, pero, cuando quiso darse cuenta, aquella persona desapareció, así como así. De un toque, se evaporó. Se fue. Sin más.
Quizá en aquel momento aquella curiosísima chica supo que no podía explicarse a ella misma porque ella no era ella.
Aquel mundo era completamente diferente a lo que había experimentado antes. Y eso la extrañaba más, y la hacía hacer una chica, curiosa, muy curiosa, curiosísima.

Tampoco pensó en volver. Supo que había caído y que debía observar todo lo que tenía a su alrededor. 
A medida que avanzaba todo lo que estaba cerca de ella cambiaba de dimensión, de tal manera que aquella chica pudo ver cómo después de agrandarse, poco a poco empezó a empequeñecerse.
Todo resultaba grande para ella. Las cosas se le hacían enormes a la diminuta chica curiosa. 
A medida que avanzaba empezaba a encontrarse pequeños laberintos que, no sabía afrontar, pero acababa afrontando. Nada era lo que parecía. ¡Y qué curioso le parecía a la pequeña y diminuta joven!
Hubo un momento que aquella chica pensaba que estaba soñando. O que alguien estaba soñando y ella podía sentirlo. Pensó en que si todo aquello era un sueño, al día siguiente despertaría con ganas de cambiar el mundo. Pero pensó que incluso allí el mundo estaba demasiado cambiado. Una pequeña voz le dijo: están soñando contigo. Y si dejasen de soñar contigo, ¿dónde crees que estarías ahora?  Aquella chica nunca supo que responder, pero respondió con fugacidad: Estaría aquí, donde estoy ahora, naturalmente. 
Supo que no era cierto, de ningún modo, ella no estaría en ninguna parte porque ella era solamente una especie de idea en aquel sueño.
También supo que no podía ver a nadie, desde muy lejos.
Nunca se preguntó por qué, lo supo.
Recorrió aquel lugar mil veces, casi se lo supo de memoria, pero justo cuando creía conocerlo, el lugar cambiaba por completo. 
Eso la tenía más que intrigada. ¡Será curioso! ¡Cómo algo que parecía tan simple ha acabado tan lleno de direcciones que o no llevaban a ningún lado, o llevaban al mismo sitio! direcciones entrelazadas, liosas unas con otras, de tal manera que no sabía cuál era cuál.
Pasó el tiempo muy deprisa o muy despacio, pero aquella chica empezó a acostumbrarse al cambiante lugar.  Nunca supo qué podría encontrarse al día siguiente. Pero sí supo lo que no.
A su lado, mil cosas que no sabía qué hacían ahí, (tampoco intentó buscarle una lógica), en su cabeza, mil mundos.
Puede que la chica llegase a deshora y por eso a su corazón no le dio tiempo a costumbrarse. Pero poco a poco, empezó a ver que no sólo era el corazón el que tenía que acostumbrarse, sino ella misma.
Quizá entonces, fue ahí, cuando empezó a mirar las cosas tal cual eran, no según parecían. Todo le parecía que estaba patas arriba, pero si intentaba colocarlo, las cosas volvían a cambiar de lugar, y si intentaba recolocarlo, las cosas volvían a su sitio, y acababan descolocándose. 
Por un momento aquella joven pensó que alguien dentro de aquel mismo lugar le cambiaba las cosas de sitio cuando no prestaba atención. Pero la chica curiosa siempre prestaba atención. Es más, miraba una y otra vez lo mismo, para ver si algo nuevo sucedía.
Intentó trazar un mapa que reorganizase las zonas que había explorado muy detalladamente, y sus continuos cambios, junto con las que no había visitado aún. Siempre aparecía algo nuevo cuando menos lo esperaba, y eso la impacientaba y la intrigaba, más, más.

Sintió que aquel lugar lo había visitado más de una vez. Y que no estaba allí por casualidad. Pensó en que si volvía al sitio en el que estaba antes de caer al vacío, volvería al lugar extraño y maravilloso dentro de aquel agujero.
No sólo pensó eso. También se hizo una idea de poder entender todo al regresar, a casa, a su sitio. Pero sólo podría entenderlo si terminase de observar todos y cada uno de los rincones que cubrían aquel sitio. 
Más que curioso. Pero si no podía. Cada vez que pensaba que lo sabía todo, era cuanto más se alejaba de terminar de contemplar. Era difícil. Pero nunca pensó en dejar las cosas como estaban. Sólo tenía ganas de perseguir lo que le había hecho caer.

Tras varios intentos, le pareció ver algo más, le pareció ver que había algo que no le había dejado sola ni un sólo segundo de aquel parado tiempo. No sabía si era un objeto, un animal o una persona. Pero sentía que no estaba sola. Quizá por eso nunca sintió miedo de caer al vacío y encontrarse un montón de cosas disparatadas, desmoronadas y cambiantes.
Cuando intentó acercarse más, encontró frente a ella una enorme tela blanca con rebordes dorados. La chica levantó la tela y observó un viejo espejo. Le pareció lo más normal del mundo encontrarse un espejo en un lugar que había observado muchas veces y aún más cuando vio que sostenía algo entre sus manos. 
Más que curioso. Si antes no portaba nada en aquellas manos. No le hizo retroceder.
Sabía que era ella. Que su compañía era ella. Que ella le había arrastrado a caer en el profundo agujero. 
Pensó y pensó en que si ella había caído, ella sabría salir de ahí. 
La diminuta chica no comprendió cómo había conseguido ella misma llevarse hacia algo sin saberlo. 
Probablemente fuera porque en aquel lugar nada tenía sentido. Tampoco tenía sentido que aquella chica portase en sus manos un libro, sin dibujos, con un montón de páginas en blanco, podría decirse que vacío completamente.  De qué sirve un libro vacío, si no tiene nada que contar. Vacío, excepto el final. 
Entonces fue ahí, justo ahí, cuando aquella chica curiosa, muy curiosa, se dio cuenta de que aquel lugar, era su interior. 





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