noviembre 12, 2013

Os voy a contar una historia. Con la pequeña esperanza de que alguien más lo lea, y no sólo yo.
Es una historia simple, muy simple. Trata sobre una chica, normal, o así sería calificada por la mayoría.
Ella sabía que no.
Y lo supo en el momento de su caída.
Ella sentía que cuando más cuidaba, más perdía. Las amistades con ella, no marchaban como deberían. Aunque eso es otra historia.
Cada vez se hacía más pequeñita, emocionalmente hablando. Tan metida en su mundo, que nada tenía que ver con ella. Y el vacío era tan grande que no cabía más. Menuda ironía, eh.
Ya no le importaba la gente porque pensaba que volvería a perder.
Pensaba que todo lo que tocaba, lo destruía. A ella raramente algo le salía como quería, siempre le salía al revés, o de la forma que menos se esperaba. Y, a pesar de que ella era de pensarlo y planearlo todo mil veces, siempre tenía que acabar cambiando sus planes a última hora.
Ella era nerviosa, no encontraba el punto que le diera esa tranquilidad que ella buscaba, de que todo marchaba bien y que no hubiese que hacer nada al respecto.
Estaba muy preocupada por los demás, incluso más que por ella misma, y eso, era un error que le ha traído más que problemas. Pero, seguía igual, sigue.
Ella sentía que las cosas le salían mal por su culpa, por no saber evitarlo, o por haber caído siempre en la mala suerte que la arrastraba al fracaso, una y otra vez.
Ya sabéis. Era un poco insensible, o mucho. Fría como el hielo, tal vez.
Borde, incluso. O eso la decían.Con todos. O casi todos.
Ella era una ilusa que pensaba que las cosas siempre salían bien, que estaba orgullosa por haberse topado con aquellas amistades, y que sabría salir de todo.
Pero no, y lo estaba pagando.
Ella era inocente e ingenua.
Y así la iba.






Ella era yo 



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por dejar huella aquí