noviembre 29, 2013

Todo empezó tras marcar tres verdaderos

No sé cómo empezar esto pero allá voy:

Todo empezó como un día cualquiera, solo que era viernes. Y las siete de la tarde. Pero eso ya es otra historia.
Me fui a mi habitación, o rinconcito de pensar, que probablemente venga siendo lo mismo, (según qué persona, claro está).
El frío me había calado las manos y a veces me hacía escribir con dificultad. Encendí el ordenador: 0 mensajes. Cuando digo cero, son cero importantes. Ya que de bandeja de entrada tenía unos cuantos sin abrir y que probablemente elimine sin leer.

Pensé en evadirme escribiendo. Abrir el blog que tantos días llevaba esperando para actualizar. Porque, cuando uno quiere escribir, no encuentra la forma de parar.
Y ahí estaba yo. Abriendo una nueva entrada en blanco, mirándola fijamente. 
Pero no me decía nada de nada. No es que no supiera cómo empezar, es que no sabía qué escribir. Toda mi imaginación y mis ganas de escribir se habían alejado y habían desaparecido de una manera que no quedaba ni rastro de ella. Fíjate. 
Esperar para luego, nada. 

Entonces fue ahí cuando empecé a pensar sobre la inspiración y sus constantes vacíos cuando menos lo esperamos.
Creo que quedarnos en blanco o tener vacíos de inspiración ocurren porque algo en nosotros ha echado el freno de mano en la vida. Y no sé si me explico.
Todo lo que hemos avanzado se acaba consumiendo, quemando, y desgatándose hasta quedar: nada. O quizá haya un parón para tristes días que huelen a quemado.

Hoy probablemente fuera uno de esos días en los que yo no podía escribir porque probablemente se haya quemado algo o porque seguía escuchando la música del de arriba que tanto me había impedido estudiar.
Que yo no sé por qué, pero siempre escucha la misma música y yo ya estaba un poco harta. Pero eso era otra historia.

Ahí estaba yo, sentada frente a la entrada en blanco que seguía sin decirme absolutamente nada. Y no es que las entradas hablasen. Pero siempre hay una especial que nos hace escribir una cosa u otra. Según nosotros y según ella.

El caso era, que no era casualidad. Yo había echado el freno de mano y estaba apalancada y estancada en uno de los vacíos más cómodos de la vida. Ahí me pasé minutos, incluso horas y no sacar nada en claro. 

Justo cuando decidí arrancar y empezar la marcha vi que la pantalla de mi móvil se iluminaba. Y alguien me había interrumpido en ese pensar, pensar y pensar sin saber qué decir.
Era un grupo de WhatsApp, aquel que cree para mantener el contacto con personas que hoy no quieren saber nada de mí. Y era raro. Intenté no abrirlo pero cuando me vi en línea supe que era demasiado tarde como para no responder.
Sólo estaban hablando los de siempre, y con los que por fortuna, sigo manteniendo contacto. Los demás seguían callados y silenciosos como siempre. Ni siquiera hablaban para resolver un tema importante, ni para decidir algo a lo que se habían apuntado. Tan sólo estaban ahí, por estar.
Una vez pensé en borrarlo. Eliminar ese grupo para siempre, pero siempre obtendría un mensaje individual de alguno quejándose del porqué. No quise empezar líos y contesté al mensaje.
Volví a leer todos los que se habían reunido, (otra vez de las mismas personas), sabía que algo iba mal, y efectivamente, así fue.

Volví a evadirme enfrentada al trozo en blanco que se posaba en mis ojos. Sabía que muchas ideas rondaban por mi cabeza en aquel instante, pero ninguna lo conveniente como para llegar a ser escritas.

"¡A la mierda!" me maldije a mí misma. Me levante de la silla que no hacía más que darme vueltas y salí de mi cuarto descalza. Notando que el frío suelo recorría mi piel.  Era agradable. Al menos iba de puntillas hasta refugiarme en las zapatillas de lunares que tanto me gustaban.
Entré a la cocina con la esperanza de encontrar algo que calmase mi mal humor. Y menos mal que no encontré chocolate.
Volví a ver mi móvil que estaba muy impaciente. Sabía que no tenía que haberlo desbloqueado. Esta vez no era el mismo grupo, sino otro en el que tan sólo estábamos los únicos que hablábamos en el anterior grupo. Habían unos diez mensajes nuevos tratando el enfurecimiento que había porque al final volvíamos a quedarnos sin viernes.
"¡Bah!" pensé. No sé por qué pero los tres sabíamos que pasaría. Y así fue. Volvimos a lo que fue "dejarnos plantados". Y qué palabra. Quizás yo ya le cogí cariño hace tiempo, porque mi vida trataba un poco de eso. 

Volví a mi habitación y de un pequeño salto subí a mi cama. Ahí estaba yo. Tumbada sobre un montón de "cosas que pasan" y "cosas que me pasan siempre". Sabía que estaba hecha para eso. Para soportar las cosas malas que me pasaban. Y que nunca llegaban a tener fin.
Volvía a sumar otro día de "abandono" y empezaba a aceptar el hecho de que nadie quería saber de mí.
Las cosas eran así y probablemente nunca llegasen a cambiar. 
Y no recuerdo bien cómo acabo aquel día, pero sólo sé que estaba envuelta en un montón de mantas y abrazada a la almohada que tanto sabía de mí.



Y así acabó la historia patética de una chica que no supo ni qué hacer, ni qué escribir.



2 comentarios:

  1. Irtap, no he leído todo, de hecho me he ido saltando entradas, párrafos y frases, pero he de decir que lo poco que he leído me ha gustado bastante, tía sigue escribiendo así de bien, y bueno, sabes porqué escribo en esta entrada y todo lo que pienso.
    Siempre,
    ardnas.

    ResponderEliminar
  2. Gracias tía. Siempre necesité a gente como tú para darme cuenta de que hay gente que hace que este mundo sea un poquito menos malo.
    Y, me alegro que hayas leído el blog. Porque por lo poquito que hayas visto aquí para mí ya es algo. Que sea escrito para que lo lean, quiero decir.
    Un abrazo muy grande Ardnas, te quiero.

    ResponderEliminar

Gracias por dejar huella aquí